La clave secreta del Universo by Lucy Hawking & Stephen Hawking

La clave secreta del Universo by Lucy Hawking & Stephen Hawking

autor:Lucy Hawking & Stephen Hawking [Hawking, Lucy & Hawking, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2007-04-01T04:00:00+00:00


uenas tardes, muchachos —los saludó el profesor, y echó un vistazo a aquellos chicos vestidos con sus disfraces de Halloween, que aferraban sus máscaras con fuerza—. Qué amables han sido al incluir a su pobre y viejo profesor en sus alegres correrías de Halloween.

—Nosotros no sabíamos… —protestó Granos. Los otros dos estaban demasiado impresionados para hablar—. No lo habríamos hecho de haber sabido que era la casa de un profesor.

—¡No se preocupen! —los tranquilizó el doctor Ripe, con una risita bastante forzada—. Me alegra ver que la gente joven se lo pasa bien. —Intentó disipar el persistente humo hediondo con la mano—. Me temo que han interrumpido lo que estaba haciendo. Por eso hay tanta niebla por aquí.

—¡Uf! ¿Estaba cocinando? —preguntó Galgo, lastimeramente—. Aquí apesta.

—No, no estaba cocinando. Bueno, al menos nada comestible —contestó el doctor Ripe—. Estaba llevando a cabo un experimento y he de volver a él. Además, no debo retenerles; estoy seguro de que hay más gente en el barrio que estará encantada con sus divertidas trastadas.

—¿Y aquello…? —dijo Ringo, sin acabar la frase adrede.

—¡Ah, claro! —exclamó el doctor Ripe—. Acompáñenme y esperen en la puerta mientras voy a buscar algo. No tardaré.

Los chicos lo siguieron y se quedaron junto a la puerta de la casa mientras el doctor Ripe entraba.

—¿Qué está pasando? —le preguntó Galgo a Ringo en un susurro, mientras esperaban.

—Vale, gente —dijo Ringo, dándose importancia—. Acercaos. El doctor Ripe quiere que le hagamos un favor. Y va a pagarnos.

—Ya, pero ¿qué quiere que hagamos? —preguntó Tanque.

—Relájate, calma —contestó Ringo—. Está chupado. Solo quiere que entreguemos una carta… en la casa del rarito del traje espacial.

—¿Y va a pagarnos por eso? —preguntó Granos, con voz chillona—. ¿Por qué?

—Ni idea —admitió Ringo—, y la verdad es que me da igual. Es dinero, ¿no? Eso es lo que importa.

Esperaron un poco más. Los minutos pasaban y el doctor Ripe no daba señales de vida. Ringo echó un vistazo por la puerta.

—Adentro —dijo.

—¡No podemos hacer eso! —exclamaron los otros.

—Sí, sí podemos —dijo Ringo. Los ojos le brillaban maliciosamente—. Pensadlo un momento, ¡podremos decir en el cole que hemos estado en casa del doctor Gripe! Vamos a ver qué podemos mangar. ¡Venga!

Entró en la casa de puntillas, se detuvo y les hizo un gesto enérgico a los demás para que lo imitaran. Sus amigos atravesaron la puerta de entrada uno detrás de otro.

En el recibidor vieron un pasillo con varias puertas. Todo estaba cubierto de polvo, como si nadie lo hubiera tocada en siglos.

—Por aquí —ordenó Ringo, soltando una risilla de satisfacción. Echó a andar por el pasillo y se detuvo delante de una de las puertas—. ¿Qué guardará el viejo doctor ahí dentro? —La empujó para abrirla—. Vaya, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su cara al echar un vistazo—. Por lo visto el doctor tiene más miga de lo que parece.

Los demás niños se apelotonaron a su alrededor para ver lo que había en la habitación, y se quedaron boquiabiertos al contemplar la extraña escena que se les presentaba.



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